jueves, 20 de diciembre de 2012

Y el frío y la ceguera

Ya no me acuerdo de en qué preciso momento tomé la decisión de hacer este viaje, de llevarte hasta Siberia, pero en Moscú, la ciudad de los tres mil campanarios y de las siete estaciones, yo temblaba bajo la llovizna cogido de la mano de Jeanne; ella estaba pálida, frágil, los ojos perfilados, con un olor a éter en el aliento, a vodka o a medicamentos. 

 Mathias Énard. El alcohol y la nostalgia


 

 


 Imagino vivir sumergida en el frío, con las mejillas arañadas y su carne arropándome en espiral.  

Adoro la cruda costumbre de ser feliz entre el desorden. 

Adoro no despegar mis pupilas hinchadas de sus pupilas interrogantes.

Ahora me imagino una y otra vez dentro de él, en este viaje eterno.

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